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viernes, 28 de diciembre de 2018

El orden de algunas cosas. (Audio)

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El orden de algunas cosas. (En Hoy por Hoy León, 28 de diciembre de 2018)

Ayer, en un bar de Astorga, el sonido de las fichas de dominó desgastando el mármol de la mesa o dejándose el esmalte en el reparto me decía que los detalles revelan el orden de las cosas, que el principio de causa y efecto, la conexión entre lo que pasa y lo que hace que eso pase, es solo una cuestión de orden, de prioridad en el espacio y en el tiempo. Veía el anuncio de café orgánico encima de la cafetera y, mientras esperaba el olor de los merles atrapado en un abrigo rojo que cruzaría la calle, escuchaba la discusión de los jugadores después de la partida mientras sonaba el reparto de la siguiente. Recordé que el dominó no es un juego de azar puro, sino que intervienen la lógica y la memoria y, quizá también, la intuición. Si hubieras puesto el seis cuando le mataste el cuatro, me habrías dado el juego. El compañero debería haber sabido que el que se quejaba dominaba, pero no lo supo ver y colocó otra ficha y la partida se fue a manos contrarias. No había recriminación. Era solo un comentario, quizá una manera de mejorar, de dejar claro cómo debería ser la siguiente partida. Y una vez que la primera ficha chocó de espaldas contra el mármol, la partida arrancó con el silencio total de los jugadores. La atención cegada en el orden de las cosas. La salida del contrario matarás, tengas o no tengas más, pensé.

En el orden de las cosas la partida sucedía en silencio, bajo la admiración de seis espectadores que observaban la estricta sucesión de números según la cual iban cayendo las fichas sobre el mármol desde seis puntos de vista diferentes, como esas cámaras que colocan los de la tele para retransmitir los partidos de fútbol. Seis puntos de vista, seis modos de comprender el juego de forma privilegiada, observando las fichas de uno o incluso de dos de los jugadores. Quizá con la información suficiente para ver que el orden no estaba siendo el correcto y que ellos hubieran jugado seguramente otras fichas, pero no hacían ningún gesto delator. Ni una sonrisa. Todos los comentarios esperarían al final de la partida y de nuevo al sonido de las fichas boca abajo desorganizando el orden, generando el caos necesario para poder volver a jugar de nuevo. Y sobre sus cabezas, con todo lujo de cámaras y detalles, un partido de tenis femenino en una pantalla al que nadie prestaba la menor atención. Serena Willians sacaba en el partido de exhibición que jugaba en Abu Dabi contra su hermana Venus. Un mundo completo de hombres ociosos en la tarde de diciembre ordenando los puntos bajo la presencia de dos símbolos femeninos. Me dije que hay un orden en algunas cosas, que hay un antes y un después y que ese orden obliga a mirar a lo alto y comprender que, si todavía no han cambiado, las cosas tienen que cambiar.

En el orden de las cosas figura el transcurrir de los días. Se termina el dieciocho y viene detrás el diecinueve. Tengo la tentación de pensar en este rato contigo como algo especial por ser el último del año, pero no lo haré y miraré a lo alto, pensaré en el día que es hoy y recordaré momentos de otras vidas, vidas inocentes en las que las zapatillas caían desde lo alto de las puertas y nos reíamos todos porque se subvertía el orden de las cosas y era un momento bueno para pensar que no todo son lentejas, que no hay que tragarse las cosas porque sí y que puede que el juego se ordene de otro modo y eso sirva para la felicidad.

viernes, 21 de diciembre de 2018

Ganchillo. (Audio)

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Ganchillo. (En Hoy por Hoy León, 21 de diciembre de 2018)


Tenías que ver con qué cara de satisfacción hablaba del árbol de ganchillo de su pueblo. Se me quedaron mirando, cuando dije que yo no había oído hablar nunca de eso y me dijeron que había salido por la tele, que era muy famoso y que todo el mundo conocía el árbol de ganchillo de Villoria de Órbigo. Me enseñaron fotos. La verdad es que es digno de verse, pero se nota que más que el árbol, lo que es digno de verse es el orgullo de la tarea en común: saber que, más allá de Villoria, hay personas que saben de la existencia del árbol y que el trabajo de tejer todo eso es un orgullo incluso para quienes no han participado en la labor. Esa idea que tengo yo tan clara de que las comunidades pequeñas son el modo ideal de organizarse, se hace patente en pequeñas gestas como esta de tejer para hacer el árbol. ¿Te das cuenta? El modo en el que los seres humanos nos encontramos en los otros, la manera de ser felices, consiste en hacer cosas con y por los demás, en hacer juntos, en construir espacios de entendimiento más allá de todo interés.

Estar juntos, apretarse al mundo como una labor de ganchillo o un punto de cruz. Hace poco me enseñaron una reproducción, también de dimensiones colosales y creo que en punto de cruz, del Entierro del señor de Orgaz. Solamente pude ver la fotografía, pero bastó para darme cuenta del esfuerzo de esa persona, que dedicó años de ratos libres a tejer belleza sin más pretensión que la de compartir lo que ha hecho. Yo no sé si hubiera mirado por detrás ese trabajo, porque he oído decir a quienes saben coser que para poder decidir sobre la calidad de una costura hay que mirar por el revés. Te digo que yo no lo habría hecho, que me habría quedado absorto admirando esa belleza que ya se podía admirar en una simple fotografía. La belleza es eso en lo que nos vertemos, lo que nos vertebra también. Quiero creer que aprecio en todo la belleza, que es verdad como decía Magritte que Esto no es una pipa, porque la belleza está en todas las cosas, en el árbol de ganchillo de Viloria, en el cuadro del Greco en su capilla de Toledo o en el bastidor de punto de cruz, en la sonrisa que estás poniendo al pensar en eso que te distrae del quehacer. Buscad la belleza nos decían en aquellos ochenta de estética omnímoda. Buscad la belleza como protesta, buscad la belleza para ir más allá de los estrechos corsés de las barreras de la ética manipuladora y saltad a la ética de la libertad. Nos creíamos que éramos bellos debajo de aquellos tupés o subidos a las Vespas y ahora yo descubro la verdad en la tarea común de hacer un árbol de ganchillo. Ya ves. Me gusta pensar que el mejor modo de combatir el frío es mantener la cabeza bien caliente, quizá debería bajar y comprarme una boina, que ya no queda nada del tupé.

En estos días agitados de desgracia, días de fuerza mayor, de desconcierto –hablo del asesinato de Laura Luelmo y de todo lo que ahora se está hablando sobre ello– ; en estos días espantosos en lo que nos pasan cosas como esa, o quizá no tan dramáticas, pero tan espesas para nosotros que no nos dejan ver lo bello que hay al lado, tenemos que apartar nuestra razón y pensar en co-razón, ver lo que es común, lo que nos atrapa en otros, porque eso es lo que nos va a hacer sentirnos de nuevo bellos, como esa estampa de Ordoño con la catedral iluminada al fondo, esa postal de Navidad que vimos desde el coche, esa belleza tan a la mano para luchar contra todo lo que no es bueno y verdadero.

viernes, 14 de diciembre de 2018

En danza, el Emperador. (Audio)

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En danza, el Emperador. (En Hoy por Hoy León, 14 de diciembre de 2018)


Ayer no era un buen día para amontonar las hojas secas. Ya en condiciones favorables es un trabajo pesado. Ayer el viento convertía en proeza la tarea y no obstante ellas empujaban las hojas hacia los montones que se esparcían sin remedio. En la Glorieta del León, hojas venidas del otro lado de la calzada, hojas escapadas del parque, corrían como lluvia hacia las nubes y después se desplomaban en remolino sobre el césped. Tolvaneras espesas de hojas revoltosas despistaban la mirada de los conductores. Hojas como lluvia, pensé. Del suelo al cielo, lluvia inversa.

En el jardín, las mujeres que limpiaban habían abandonado toda esperanza. La recogida de la hoja tendría que quedar para otro jueves en una metáfora impropia del abandono por fuerza mayor, la impotencia por inclemencia climática, la fuerza de las cosas, eso de lo que tanto hablamos. Y será que ha sido la fuerza de las cosas o la fuerza del sino o Don Álvaro o lo que sea, pero lo mismo que al amontonar las hojas en los días de viento vuelven a volar y a dispersarse, hemos sabido días atrás que el Teatro Emperador, que voló de la mano de aquel ambicioso proyecto de instalar allí el Centro Nacional de Músicas Históricas, volverá en remolinos, como esa lluvia de hojas de la Glorieta del León, a caer en la palma de la mano del Ayuntamiento, que no tendrá otro remedio que abrazar la fuerza del destino. El teatro, como está permanentemente en crisis, se ha empeñado en no morir. Se le auguró el desastre con el cine, con la televisión, ahora con el consumo de audiovisuales de todo tipo a todo trapo, pero sigue vivo, porque es vida. Nos gusta el teatro. Nos entendemos en el teatro, nos encendemos con él, aplaudimos el espejo que nos retrata.

Para mí es una noticia sin interés que vaya, vuele o vuelva. Lo que quiero oír es que se reabre, que en el Emperador vuelve a vivir la vida, a brillar el foco, a sonar el aplauso o el runrún insatisfecho. Me gustaría pensar que no es mover las hojas secas de un sitio para otro y que se recuperará para la ciudad ese espacio. Entre tanto, permanece quieto. Está agazapado y a la espera, como un guerrero al acecho. ¿En qué se ocupa el guerrero mientras no batalla? ¿Sigue siendo guerrero cuando no guerrea? ¿Es un teatro uno en el que no hay teatro? ¿No te pasa que solo te reconoces en la acción? Sabes que te desapareces cuando paras, como esas hojas que se pegan al suelo y se deshacen porque no son capaces de lloverse de nuevo al cielo. Eres el guerrero inquieto que no tiene en la mano la espada. Don Álvaro y el Marqués de Calatrava en el destino de la bala que se escapa. La desgracia. La idea del sino. Si hubiera que proponer una obra para el estreno del nuevo Emperador, quizá esta pieza del Duque de Rivas fuera la indicada, por la persistencia ahogada de la desgracia.

Es también la fuerza del sino, pero de otro signo, con otra esperanza, la noticia de que a Jesús Vidal lo han puesto en la carrera por el Goya. Me dice quien lo conoce de sus tiempos en la Facultad de Filología que leía poemas cuchillo en mano, que se armó de sí mismo para perseguir su idea de ser actor y que se fue mundo adelante para serlo. Tiene en su blog una galería de teatros de España. El primero, ya lo sabes, uno que es hoja seca, uno que va y viene, uno que quiero creer que nos espera.

sábado, 8 de diciembre de 2018

El bingo de Olleros. (Audio)

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El bingo de Olleros. (En Hoy por Hoy León, 7 de diciembre de 2018)


Este verano devoré en la playa El orden del día, una novela corta que describe los días de la anexión alemana de Austria en la primavera del 38. En la última novela de Murakami, La muerte del comendador, que he terminado de leer hace unos días, una de las subtramas habla de esos días oscuros y hace poco he empezado una de las primeras novelas de Philip Kerr, Violetas de marzo, que está ambientada en el Berlín de 1937. Me abruma tanta coincidencia y me da por pensar que se trata de algún tipo de señal. La idea que me persigue es que por debajo de todo lo que pasó en ese periodo de la historia subyace el hecho de que las cosas ocurren a la vista de todos sin que nadie mueva un dedo por evitar que sucedan.

En Heraklion, la capital de Creta, ante el modo en el que Amanecer Dorado se había introducido en la comunidad de estudiantes, los profesores se movilizaron para abordar la radicalización de las escuelas. Trabajaron juntos para preparar clases en las que se enseñase historia de una forma menos nacionalista y se explicasen y enfrentasen las ideologías ultraderechistas. La estrategia frenó el avance en la isla de Amanecer Dorado. En el resto de Grecia, la extrema derecha parece estar en auge de nuevo. La crisis no ha acabado y la gente sigue queriendo culpar a alguien. Lo más fácil es culpar al diferente, al extranjero. Eso pasa también aquí en España y como resulta además que hay un evidente desgaste de los partidos políticos, fruto de sus propias contradicciones y de la enorme corrupción, aderazado con la patriótica respuesta nacionalista al nacionalismo, abrimos la puerta de par en par al partido ahora conocido como el partido en el que milita Ortega Lara. Las cosas suceden a la vista de todos, sin que nadie mueva un dedo para evitar que sucedan y, espero equivocarme, vendrán los días en que haya personas que se decidan a actuar y lleven la violencia a la calle, porque esta lucha, como ocurrió en Creta, es una lucha que se vivirá a nivel local, en cada barrio, en cada bar. Ya sabes, vinieron a por los judíos, pero como yo no era judío...

Vinieron a por los mineros, pero como yo no vivía de la mina, no me preocupé. La Ministra ha dicho que quiere conocer de primera mano el problema. Ahora que ya prácticamente no queda nadie que trabaje en la mina seguimos comprando carbón, aunque venga de Colombia, de alguna de esas explotaciones que son explotaciones en todos los sentidos, como si quemar ese carbón no contaminara. Tampoco durará mucho. ¿Y después? Es eso que se dice en la Cabrera, que allí antes de la pizarra solo había miseria, de manera que, cuando se acabe la pizarra, ya no quedará nada, porque la gente la miseria ya no la va a querer una vez que ha aprendido a vivir sin ella. No sé cómo verá esas cosas la Ministra. La gente de PEAL se queda fuera del llamado Plan del Carbón y muchos se quedarán sin paro después de tanto ERE. Las cosas, ya digo, suceden a la vista de todos y esa angustia de la nada es abono para ultras. Dicen que vendrán propuestas de reindustrialización para las comarcas mineras. Me imagino que no serán ideas como la del bingo de Olleros, ni se buscará en Sabero nueva competencia a las croquetas de Casa Vidal, que esas ya hace mucho tiempo que sabemos que están buenísimas, en especial las de boletus o las de cecina. Después del carbón, la nada o rematar con un “plis” a base de orujo y de mistela, porque las cosas, ya sabes, pasan si no evitamos que sucedan.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Llanto, color y desacato. (Audio)

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Llanto, color y desacato. (En Hoy por Hoy León, 30 de noviembre de 2018)


Me cuesta no decirte sus nombres, porque me gustaría poder darle valor a cosas que nadie valora y sería justo que ellas supiesen que, cuando todo el mundo las denosta, a mí me parece valioso algo que hacen, pero hasta eso hay que quitárselo y tienen que permanecer en el silencio de las heroínas anónimas.

A la primera de ellas le había preguntado por qué se comportaba de ese modo y dijo que no sabía, que solo sabía que se aburría y que es verdad que había cometido un desacato. Lo dijo mirando a su madre a los ojos, buscando una complicidad que obtuvo, una caricia en la mirada, un gesto cómplice de madre que se derrite con el el calor del cariño de su niña, su pequeña, su niña pequeña. Y le hizo una caricia en el pelo mientras la miraba a los ojos y decía “desacato” en un tono cuartelesco totalmente inapropiado, con tanto amor por su madre que aflojaba toda la gravedad del desencuentro, la entrevista acusadora y se abría de par en par la sonrisa del triunfo. Esa seguridad de haber ganado todos los corazones: el entregado, el acusador, el imparcial. Los corazones que bombean la misma sangre. Había un universo de luz en sus movimientos, en el silencio de su madre, en su bienestar en esos minutos en los que el ahogo se había fundido en brillo, porque sabía que una vez más era la protagonista, la estrella, la autora de aquel irreverente desacato.

También ese día, el desconsuelo. El llanto desbordado de otras dos niñas al conocer las historias de los niños reclutados como soldados en alguna de las guerras silentes africanas. La seguridad de la niña de la sonrisa y su desacato y la sensibilidad de las otras, incapaces de soportar semejante injusticia puestas en el mismo espacio, concentradas en unas horas del mismo día, alimentan la idea de que el valor de las cosas está en la mirada del que observa. Por eso creo que es tan importante hacerse consciente de lo que hay, de la realidad esa que tanto me preocupa. Ha sido muy celebrado un artículo de Vicent, que tituló “Líderes”, en el que habla de ciudadanos con talento que cumplen con su deber, trabajan y callan frente a los que hablan, generalmente a gritos, ya sea porque son líderes de opinión o políticos nefastos. Yo quiero hablarte de estas dos clases de niñas, dos clases de niñas que no se oponen, sino que se complementan: las que lloran su sensibilidad y las que sonríen su fuerza. Me gustan las dos. Valoro las dos, pero me gustaría que venciesen sus miedos y dejasen de lado el desacato y la impotencia. Me gustaría ver que saben poner el color que le falta a sus virtudes, como quien vierte tomate en el arroz. Sé que las que son sensibles lo conseguirán, porque el sistema hará que mejoren. Dudo que la desafiante sonrisa del desacato lo consiga.

Entre tanto, seguimos construyendo mundo desde la injusticia. Con esa gran recogida de alimentos que se anuncia para el fin de semana, parchearemos, y que conste que no es poco, el desequilibrio que hace llorar a unos y vivir en la furia a otros. Sé que esta es una iniciativa que resolverá muchos problemas. Sé que, más allá de impotencia y desacato, están los garbanzos, la leche, los pañales. Los alimentos que dan color a la comida. Porque hemos aprendido un poco a dar valor a lo que lo tiene y el color de las cosas que comes es una llave contra el hambre. Necesitamos colorear el intestino en la mirada.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Es solo una cuestión de reflejos. (Audio)

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Es solo una cuestión de reflejos.(En Hoy por Hoy León, 23 de noviembre de 2018)


Como no traigo nada apuntado esta semana en mi libreta voy a contarte una historia sin pies ni cabeza, algo raro que me haga pensar mientras lo escribo, pero que te suene dulce en el oído, como esa masa engordada de las pizzas de franquicia que llegan a domicilio o en local con su plus de azúcar en las salsas. Consumo fácil de alimentos rápidos para personas que viven sin tiempo para vivir o para personas que desplazan al plástico las fiestas de cumpleaños de los niños o la espera del cine en las tardes de lluvia. Tediosas tardes de lluvia detrás de cielos grises emplomados. Vida sin tiempo para ser vivida.

Bacon dorado con salsa barbacoa. Morros reconvertidos. Oreja, pata, pimentón. Elementos dispares de cocinas y cocinas, como reflejos imposibles del mismo animal. Chorizo, morcilla, jamón, lacón, costillas. Del cerdo, hasta los andares. Cortezas de plástico enlatadas gourmet bajo exceso de sal para engañar paladares. Y todo lo otro, los secretos, plumas, lagartos, abanicos, presas y demás formas del corte de la pieza estrella para la barbacoa. Salsa chimichurri. Reflejos. Ayer, en la foto que ilustraba la noticia en la web de Radio León sobre la macrogranja de cerdos proyectada para Carrizo, un cerdito me miraba aterrado entre las grupas si es que se dice así– de sus compañeros de sacrificio, aplastado por lo estrecho del espacio en el que se agita la piara. Vivir sin espacio para vivir.

Vivir sin tiempo ni espacio para la vida. Ser domador de cerdos. No creas que es una idea peregrina. Sé que es algo que me han contado, algo que resuena en mi memoria. Ocurrió en un encuentro entre alguna dignidad leonesa y una visitante, pero me importa poco el quién, porque me gusta saborear el qué, esa perplejidad que se dibuja en la cara del que escucha a alguien decir de sí mismo: yo, en realidad, lo que soy es domador de cerdos, eso es lo que a mí, en el fondo, se me da bien. Esa es una buena historia para este viernes negro. En un mundo en el que se proyectaba la construcción de una granja para el engorde de gorrinos pensada, no por, sino para dos mil trescientas catorce cabezas, hubo una reunión en la que uno de los líderes que se ocupaba, quizá de la educación de las personas, quizá de su bienestar físico, quizá de su perfección moral, reconoció ante las visitas que a él lo que se le daba bien, en realidad, era la doma del gocho. Y en un reflejo inevitable, la visita pensó en un cerdito saltando a la pata coja, pasando por el aro, retorciéndose en contorsiones imposibles para alcanzar cualquier cosa comestible menos una de esas sardinas que echan a las focas en los circos para que aplaudan, si es que quedan focas en los circos. Et voila, aquí lo tienen, este es el cerdito volador que supo saltar a por su comida además de construir una casa de Pladur, sin tiempo para ladrillos, sin espacio.

Una vida vivida sin tiempo y sin espacio, una vida animal en la granja de engorde. Una peste de purines y un abuso de consumo, esta vez solo de agua. La nada o un cielo incierto, que decía Jim Murray. Un puro reflejo, como ese que hay que fotografiar de la Catedral de León para participar en el “Nunca Visto” de LegioQuest. Una entre las miles de ideas para olvidar la granja y vivir con tiempo y con espacio. Participa, comparte, lee. Sal. No dejes que tu vida se evapore en el pesebre.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Coste oportunidad. (Audio)

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Coste oportunidad. (En Hoy por Hoy León, 16 de noviembre de 2018)

En economía, el coste de oportunidad es el beneficio esperable que habría comportado tomar la opción que no se eligió cuando nos vemos en la situación de decidirnos por uno o por otro camino. Dicho de una manera más sencilla, es el valor de la opción no realizada, lo que habríamos podido ganar si hubiésemos elegido de otro modo.
Creo que el coste oportunidad debe calcularse antes de toda decisión. Pongamos por caso en el momento de organizar un mapa autonómico: quizá habría valido la pena considerar el coste de oportunidad antes de poner juntas realidades que son diversas o quizá se hizo y se consideró asumible el hecho de que las cosas se hicieran como se hicieron.
En el manifiesto de la manifestación —me encanta esta redundancia— se decía anoche que León va pegada a Castilla porque hubo personas a quienes les interesó. Me pareció escuchar que se hablaba de obtener prebendas, de mantener cargos, de considerar, podría añadir yo, el coste de oportunidad personal antes que el comunitario. Así es que, después de aquella decisión, al considerar ahora esos costes con la vista del paso del tiempo, nos encontramos en esta situación extraña en la que tenemos un enemigo enfrente contra el que queremos disparar nuestras protestas y le gritamos por la calle que, si esto no se apaña, caña, caña, caña. Pero no es prudente, me parece, detenerse en el lamento por el excesivo coste oportunidad. Me lo planteo en lo personal y veo que no tiene ningún sentido, porque hacer cálculos de cómo hubieran sido las cosas si no hubiera hecho tal o cual cosa no deja de ser un modo inútil de lamentarse. Por eso te digo que la manifestación de ayer me gustó en la medida que se pueda separar de ese lamento, en la medida en que se dejen de mirar los grandes beneficios que se han perdido para mirar, como decía Gamoneda, lo que está pasando hoy, lo que nos importa hoy, lo que podemos hacer hoy. Puede que lo del taxi fuera un exceso, puede que en ese momento en el que la plaza necesitaba una arenga anti-castellana, aquel llamamiento a poner cada uno de su parte sonara poco revolucionario, quizá por eso hubo quien perdió los papeles en la cercanía del estrado e insultó al poeta por no limitarse a leer el comunicado. Por manifestarse libremente en la manifestación, ¡qué paradoja!
Los que solo pretenden enemigos y solo creen en soflamas belicosas se esconden debajo de las banderas, todas esas banderas que fraccionaron la manifestación en pequeños cachitos detrás de cada pancarta, todas esas banderas que se alzaron cuando lo exigió la animación de la plaza de San Marcos.
Luego tomó el micro Gamoneda, precedido de un “gran poeta y mejor persona” y leyó un manifiesto entonado de poema. Y ahí es cuando pensé, ¡qué grandes se nos hacen las orejas! ¡Cómo se convierten en palanganas de inútiles arengas! ¡Qué importante es poder pensar por uno mismo! Y entonces Ana Gaitero se quitó el sombrero morado que trajo el silencio de las mujeres silenciadas, ese gorro morado, esa luz, y le salió un “portavoza”, cuando tenía un nudo en la garganta. Y me dije, seamos realistas. Y me envolví en el caminar taciturno de la marcha y me dije que hoy también es un buen día para cambiar las cosas. Y por eso vengo aquí y te lo cuento ahora.

viernes, 9 de noviembre de 2018

Demasiado. (Audio)

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Demasiado. (En Hoy por Hoy León, 9 de noviembre de 2018)

Lo decía Manuel Bruscas el miércoles en el Palacio del Conde Luna: mientras una de cada nueve personas que hay en el mundo pasa hambre, se tira un tercio de la comida disponible. Ocurrió aquí en León, en el marco del V Encuentro Nacional de la Alianza contra el Hambre y la Malnutrición. Ya se habían dicho muchas cosas importantes sobre el asunto; reflexiones y propuestas que se recogieron ayer en las conclusiones a las que ha llegado este encuentro en el que han participado personas expertas de organismos como la FAO, la Universidad de Santiago, la propia Universidad de León, la misma Acción contra el Hambre.

Pero el miércoles, a eso de las siete de la tarde, en el Palacio del Conde Luna solo había quince, veinte, treinta personas; voy a contar cuarenta si cuento también a todas estas personas que tanto tenían que decir sobre este tema tan interesante. Luego jugaba el Madrid. No sé si era uno de esos partidos que la gente va a ver a los bares. Sé que jugaba el Madrid y apuesto a que había en León más de cincuenta personas pendientes de eso. En el encuentro de la ACHM el tema era la malnutrición, ya sea por carencia, exceso o desequilibrio nutricional. En el encuentro del Madrid el tema era Solari.

En su libro, Manuel Bruscas dice que los tomates de verdad son feos. Y yo dije que sí, que es verdad, que, aunque los tomates que vemos en los escaparates de los supermercados son brillantes, rojos, uniformes, bonitos, los tomates de verdad son feos. Tienen arrugas, marcas, bultos y tienen también el sabor de la verdad. Pero ocurre que se pierden por las matas y los caminos antes de llegar a los lineales de venta. A veces se aprovechan para dar de comer al ganado, si bien muchos de estos tomates de verdad terminan en la basura, mientras una de cada nueve personas que habitan el planeta no puede comer porque no tiene qué. Y es que los tomates tienen que ser bonitos para venderse, por mucho que sepamos que, los que son de verdad, son feos. Y las patatas también. Sobre todo las patatas que crecen en terrenos pedregosos, porque se atan a las piedras, se agarran a ellas y crecen con la marca de su presión: protuberancias, agujeros, exageraciones de la naturaleza que las echa fuera del mostrador de la hortaliza del supermercado. Las patatas que se abrazan a las piedras no tienen el lustre suficiente para lucirse en un escaparate y se desprecian. Y una de cada nueve personas en el mundo se ve abocada a la malnutrición por falta de alimentos. ¡Que no nos digan que el problema del hambre en el mundo es un problema de escasez! Date cuenta de que no hace falta ni aprovechar todo lo que se tira. Con menos de la mitad se puede resolver todo el problema.

Cuando lo pienso despacio y me veo en el espejo; cuando miro mi nevera y descubro esa lechuga pocha que no me he llegado a comer; cuando comprendo esta opulencia desbaratadora en la que vivimos, me entran unas ganas enormes de llorar. Te lo digo en serio. Es demasiado. Es más que triste que tengamos los cubos de basura llenos de comida. Demasiado triste. Demasiado serio. Demasiado doloroso. Y está en nuestra mano hacer mucho: tomar conciencia y posición es el primer paso, porque las cosas no suceden tan lejos como piensas.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Ensalada de vanidades. (Audio)

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Ensalada de vanidades. (En Hoy por Hoy León, 2 de noviembre de 2018)

Cada vez me cuesta más entenderme, y eso que veo lo que hacen los otros y tengo la sensación de comprenderlos. Me atrevo a pensar en lo que estás pensando y me atrevo a decir cosas que nadie diría, aún sabiendo que todo lo que se dice pasa factura. Ese atrevimiento mío a decir que sé qué es lo que estás pensando en este día de Todos los Difuntos, este día luminoso que sigue al día de Todos los Santos o en el día aquel de Halloween en el que te negaste a reconocer tu malestar, es un atrevimiento irónico, una manera de decir que te entiendo con la facilidad natural con la que se comprenden las cosas, mientras me digo a mí mismo que este artificio puro en el que me invento no deja de ser una ensalada de vanidad, un revuelto de caprichos tiernos, un asado de petulancias con base de patatas a la panadera. Ya te digo, al final, ni yo mismo me entiendo. Cada vez me resulta más difícil hincarle el diente a mis propios pensamientos.

Sorprende que no sepa entenderme, cuando parece que comprendo bien a tantas personas. Ya sabes, a veces no ves lo que tienes cerca y tienes una visión clara de lo ajeno. ¿No te parece extraño poder conocer los detalles de lo otro? Me sorprende esa capacidad para pensar que sabemos todo de los otros, cuando no podemos explicar nada de nosotros mismos. Siento que lo que dibuja tan fácilmente todas las cosas que pasan a mi alrededor, no puede iluminar lo que me pasa y eso me produce una enorme congoja, como cuando de niño me sentía perseguido por mi sombra o cuando miraba en la soledad de la tarde las tejas oscuras del otoño. Una congoja febril. Esa perfecta congoja que me hizo un día decir que vivimos siendo muertos, que no comprendemos que es trágico que a pesar de todos los libros que se han escrito, pese a los cuadros que se han pintado, las obras de teatro que se han representado, a pesar de la música que se ha compuesto, todavía haya personas que siguen muriendo cada día de forma violenta. ¿Para qué tanta cultura? ¿Para qué la tecnología? ¿Para qué tanta ciencia si siguen existiendo industrias que alimentan manos homicidas? ¿Para qué tanto pensar? Mucho mejor cerrar los ojos. Mejor no poder ver, negro sobre negro, sin ninguna luz, todo el carrusel de la historia. Tengo que hacer un esfuerzo y entenderme.

Entiendo por qué pasan las cosas, aunque a mí mismo no me entienda. El miércoles estuvo jugando el Barcelona en el Reino. Fue un partido al que asistieron más de diez mil personas. El resultado es algo que no importa, porque lo que cuenta es el hecho en sí mismo, el gozo de asistir a una cita de esa relevancia. ¿Qué bobada es esa de las muertes violentas? ¿Por qué mezclar unas cosas con otras? ¿Qué tendrá que ver un partido de fútbol con el estrés del mundo? Y el caso es que a mí me gusta el fútbol y confieso que hasta me gusta el fútbol americano. Y entiendo que la historia nos ha devuelto a la casilla de salida, como ocurre siempre. Si me esfuerzo, hasta podría entender que el Barcelona haya tenido que traerse su autobús para ir al campo, que viniera por carretera un autobús vacío para poder llevar a los elegidos desde el hotel al estadio. Ellos viajaron en un vuelo charter Son los dos mundos de los que te hablo. El mundo del avión que va y que viene y el del autobús vacío que, cumplida su vanidosa función, se vuelve a Barcelona por carretera.

viernes, 26 de octubre de 2018

Una piedra en el colédoco. (Audio)

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Una piedra en el colédoco. (En Hoy por Hoy León, 26 de octubre de 2018)

Hay personas a las que todo les parece mal y hay personas a las que todo les parece bien. No digo yo que no haya más tipos, porque la mezcla es la realidad total, ya lo sabemos, y es imposible categorizar todas las combinaciones que se nos ocurren: esos a quienes les parece bien todo lo relacionado con las emociones, pero mal lo que tenga que ver con las decisiones; aquellos a quienes les parece bien lo que ocurre en verano, pero no hay nada que les convenza en el otoño; esos otros que antes de comer lo ven todo negro y después de la siesta entienden que tampoco es para tanto. La mezcla, ya te digo. Pero hoy me interesa pararme a pensar sobre quienes ven la vida con la idea permanente de que las cosas a su alrededor están mal, siempre mal, invariablemente mal y, por supuesto, por culpa de los otros y también sobre quienes no saben ver nunca nada negativo, porque son incapaces de la crítica, que se les atora en el cerebro como un hueso de aceituna que se colara por un conducto inadecuado.

No sé qué es peor. Me parece que el optimista acrítico no aporta nada, solo su anuencia bobalicona, su permanente asentir y eso es algo que no contribuye al crecimiento ni de las personas ni de las tareas. Pero también tienes que estar conmigo en que el pesimista insatisfecho tampoco ayuda al progreso con su permanente colocar piedras en las ruedas de los otros. Diría que una y otra figura responden a algún principio de insatisfacción, en un caso, quizá, por insatisfacción de lo que se pretende y en el otro por ausencia total de toda pretensión. Ya sé que es exagerar los tipos. Está claro que no hay ningún pesimista perfecto, como no hay nadie que sea eternamente optimista, pero pensando en los ejemplos, en lo que tienen de metáfora, me parece que los dos beben del miedo; como que el alimento de esas actitudes imposibles, por puras, tiene que ser necesariamente el pavor: miedo que proviene de la inseguridad por lo vivido o miedo que proviene de la inseguridad por lo incierto de lo por vivir.

No me hagas mucho caso, que es viernes y estamos casi a la hora de la comida y ya pensamos más en el fin de semana que en estos enredos míos, es solo que he visto la noticia sobre la EPA, esa que dice que la mitad de los leoneses son niños o pensionistas y he pensado en esa fatalidad optimista de la infancia y, al leer pensionistas, me bailaron las letras y leí “pesimistas” y no entendía eso de que la mitad de los leoneses fuesen niños o pesimistas y como resulta que estoy en estos días dándole vueltas en la cabeza al hecho de que haya personas a las que siempre les parece todo mal, me he enredado un poco y me apetecía contártelo, porque sé que pasas de la risa al llanto con la misma facilidad de los días, que te mueves en los grises de la vida entre la alegría y la tristeza y mezclas tu optimismo con tu hiel y viertes mala uva cuando toca y cantas por las mañanas cuando te sabes en calma y no es saquear la intimidad decir que estás triste porque te pasan cosas. ¿Por qué tienes que enfadarte con todo siempre? ¿Por qué no te enfadas nunca?

Salte a la vida de todos y deja que te mueva cada día. No seas como esa piedra terca alojada con testaruda insensatez en el conducto colédoco. Deja que escurra la bilis.

viernes, 19 de octubre de 2018

Elige bien las lámparas. (Audio)

Elige bien las lámparas. (En Hoy por Hoy León,19 de octubre de 2018)


Ahora que tu casa nueva te quita el sueño y que las obras te mantienen alerta hasta las tantas, buscando gangas en Wallapop, como esos accesorios de cuarto de baño que dices que viste el otro día, deja que te dé algún pequeño consejo.

Antes que nada te digo, elige bien las lámparas. Yo tengo en mi casa una luz que no se apaga. A veces ocurre que, en la oscura soledad del techo, queda un resplandor vago permanente, un resplandor que late con la mirada, una negación intermitente al cielo más oscuro. Hasta ahora nunca había prestado mucha atención a las lámparas. Sabía algunas cosas: que prefiero la luz indirecta, que no me gustan los fluorescentes, que las telas y el papel de las pantallas filtran de matices las estancias. Pero ahora que tengo ese plafón de techo que nunca se acaba, me doy cuenta de lo importante que puede ser elegir bien las lámparas. No creas que vale cualquier cosa.

Pienso en esa comisión que ha puesto en marcha la Conferencia Episcopal para actualizar los protocolos de actuación de la Iglesia Española ante los casos de abusos a menores y me pregunto la verdadera necesidad de su existencia. No digo de la comisión, sino del propio protocolo. ¿Acaso no hay ya leyes que tratan el problema? ¿No debería procederse de la misma manera que si la persona que abusa no perteneciese a la Iglesia? Fíjate que lo digo en forma de pregunta, que sobre este asunto no veo que se hable con mucha claridad, como que no entiendo que haya clases diferentes de personas respecto a la responsabilidad penal. Y hablo de quienes son responsables de conductas que pudieran ser delitos y de quienes las conocen. ¿Acaso no hay una misma ley que nos incumbe a todos?

Pero, en cualquier caso, dado que existe la necesidad de ese protocolo y su renovación, ¿no es un poco particular el modo en el que se ha constituido esa comisión? No digo yo que hayan elegido mal las lámparas, porque para iluminar un asunto tan oscuro solo hace falta abrir las ventanas y airear lo que pasa, sino que me parece que no hay mucha voluntad de hacer luz. Demasiados filtros se adivinan, mucha luz indirecta, un ambiente de salón recogido y coqueto, como a mí me gusta el de mi casa, pero que no es adecuado, me parece, para un asunto que debería iluminarse con focos de potencia máxima.

Por eso te digo que mires bien las lámparas, que no te pase lo que me está pasando en el techo de mi casa, esa especie de reflujo inagotable que no deja ver, pero que no se apaga. Ese goteo permanente, ese hilillo de luz, plastilina de desastre que nunca se zanja, que no desaparece al cerrar la llave. Elige bien las lámparas.

En un soneto de Carlos Castro Saavedra sobre la amistad hay un verso que dice que el amigo sincero es como la hormiga que confunde la miel con el verano. Me gusta eso de la hormiga y la miel y el verano. Dijimos que este iba a ser un verano de hormigas. Dijimos que serían plaga. Pero no estuvimos atentos a la miel. Consuélate. No eres tú solo. Hay mucha gente que quiere reformar la casa; mucha gente que repasa el catálogo de lámparas. Hormiga, miel, verano. Plafón que no se apaga. Comisión particular y sin ventanas.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Perder la magia. (Audio)

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Perder la magia. (En Hoy por Hoy León, 28 de septiembre de 2018)

No te lo vas a creer, pero, hasta esta semana, no había pasado por Ordoño desde que se abrió de nuevo al tráfico. Tampoco me había fijado antes, si es que estaban cuando pasé caminando durante las obras, en las nuevas jardineras, los bancos, las flores ornamentales, toda esa sensación de novedad y lustre que luce el asfalto reluciente. Discutían unos amigos sobre si la actuación ha resuelto el problema estructural de fondo o si las cosas siguen como estaban. Y me quedé un poco en esa idea vieja de cambiar todo para que todo siga igual.

¿Te fijas en que esa es la idea base que descubrieron los primeros griegos cuando empezaron a pensar sobre la naturaleza? Todo cambia, ya sea en apariencia, como decían algunos; ya sea en realidad, como sostenían la mayoría. Todo cambia, pero, por debajo de ese permanente cambiar, hay una idea de permanencia, algo que subyace. Unos lo entendieron de un modo absolutamente material, otros de un modo formal, pero siempre consideraron esa idea de totalidad. Al mirar con ojos nuevos la controvertida actuación en la principal arteria comercial de la ciudad, veo desde el coche las flores y las marquesinas, los bancos, las jardineras, pero sobre todas las cosas veo el asfalto y me acuerdo de una discusión de este verano sobre el sentido de la palabra “progreso”. ¿Calles empedradas o calzada de asfalto? ¿Fachadas de cal luminosa o funcional ladrillo visto? ¿Luz amarilla de melancólicos reflejos o luminosos LED de poca potencia? ¿Casas antiguas de arquitectura tradicional o modernos bloques de cemento y cristaleras?

Si te digo la verdad, al pasar con el coche por Ordoño no eché de menos los adoquines, pero la suavidad del asfalto me hizo sentir extraño. Quizá la mejor actuación  habría sido que no circularan coches en ningún caso, quizá habría que haber buscado el equilibrio entre el sueño de un mundo sin tráfico y la presión imparable del progreso, o eso que hemos convenido en llamar progreso. Dejaremos para otro momento esa discusión, la que nos obliga a repensar qué es progresar y si todos pensamos que significa lo mismo en todos los contextos.

Quiero pensar que se puede progresar sin daño, que es necesario quitar y poner adoquines, recolocar las piedras sin estropear la plaza. Me hablaba una compañera de sostenibilidad, de hacer sostenible lo que se cae solo y ella me decía que el mejor modo es la cirugía, la selección, el levantamiento de barreras. Yo no estoy tan seguro. Creo que hacer sostenible lo que se cae es hacer reformas profundas, construir sobre pilares sólidos y no poner diques que parchean o sencillamente colocar cuatro flores y tres lazos. El progreso y la sostenibilidad tienen que ser posibles, como el consumo y la belleza, como la técnica y el arte. No basta con quitar los adoquines. No basta con aligerar de árboles las aceras. No basta con limitar los carriles. Cuando avanzar es perder la magia, uno no sabe si vale la pena.

Es ese anuncio de la radio que plantea preguntas imposibles. Ese en el que se pregunta por qué en las fotos antiguas nadie sonríe. Yo creo que es porque en aquellas fotos todavía existía la magia, todavía los retratados se asomaban al fogonazo del polvo de magnesio con el asombro ante la maravilla, eso que, a base de progresar, hemos perdido.

viernes, 21 de septiembre de 2018

Sobre los héroes perezosos y las súper cosas. (Audio)

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Sobre los héroes perezosos y las súper cosas. (En Hoy por Hoy León, 21 de septiembre de 2018)

Dice Hernán Casciari, un conocido escritor argentino, digamos lo de escritor por resumir, que desde que no sabemos vivir sin un móvil en la mano el mundo se está quedando sin verdaderos personajes de fábula, que los héroes son hoy héroes perezosos. Dice que ya es impensable la escena de un enamorado corriendo al aeropuerto en busca de su amada para que no coja ese avión que los separará para siempre, que se limitará a mandar un mensaje y a esperar.

Esta idea de los héroes perezosos aparece en una entrada de su blog titulada El móvil de Hansel y Gretel, pero a mí me llegó ayer a través de un vídeo de whatsapp. No sé de cuándo es el vídeo; la entrada del blog es de octubre de dos mil ocho. Una de las características más inquietantes de la información que se mueve en las redes sociales es su ausencia de historicidad, la dificultad para determinar su datación y también la sombra de sospecha sobre la propia autoría. Uno piensa que tiene una historia fresca en el móvil y resulta que es una idea de hace diez años, algo que, creo que no es el caso, pero podría serlo, puede que hasta su propio autor ahora ni piense.

Esto pasaba con los medios de comunicación convencionales, me dirás. También está expuesto todo lo que se publica y pervive en el tiempo aunque su autor se desdiga. Es cierto. La diferencia consiste en que nuestra tendencia acrítica a dar por bueno y actual todo lo que nos llega por la vía de internet o derivados nos hace pedir firmas por campañas cerradas hace años o solicitar la búsqueda de personas que ya han aparecido o que nunca llegaron a perderse. Las cadenas se extienden con la misma frescura del primer día sin fecha ni autoría, solo con un pequeño aviso en la parte superior del mensaje: reenviado. El cartel con la foto del gatito perdido solicitando su búsqueda se deteriora con el tiempo y nos habla de su pérdida de actualidad por sí mismo.

La diferencia está en que el móvil nos convierte en héroes perezosos y nos limitamos a esperar; el cartel en las paredes nos obliga a salir al mundo, a preguntar, a dar detalles. Es lo que está ocurriendo con Andrés Turienzo, que lleva en mano esa carta a Dinamarca: es un héroe de los de antes que se ha subido al árbol para buscar en las ramas más altas. Quizá su esfuerzo heroico sea inútil, quizá lo sensato fuera asumir lo inevitable y empezar a pensar en otra dirección, mandar mensajes y esperar a que se pongan en pie iniciativas que permitan aprovechar toda la infraestructura construida en Villadangos también con dinero de todos. Quizá sea así, pero es estupendo contar todavía con el arrojo de un héroe sin pereza.

Sé que yo soy un héroe perezoso. Es más, ni siquiera un héroe. Soy un bocado digital que ha masticado el nuevo tiempo. He mandado mensajes. He esperado. He desertado de mi heroicidad. He consolado mi desconsuelo con la idea de que este mundo es así. Y he visto que, a falta de héroes, en los quioscos venden a los niños súper cosas. Superzings, se llaman. Los niños abren el sobre y se ponen súper contentos si les sale “súper cepillo de dientes” o “súper tenedor”. Cuando las personas no sabemos serlo, cualquier cosa puede ser “súper”.  No veas lo chulas que son “súper mochila” y “súper brocha”.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Manosear las tesis. (Audio)

Manosear las tesis. (En Hoy por Hoy León, 14 de septiembre de 2018)


Esa imagen de periodistas en fila para leer la tesis del Presidente es una imagen para la historia. A la hora en la que escribo ya se sabe que el tan controvertido trabajo se va a hacer público para que quien quiera pueda acceder a él libremente, pero todavía no se han desencadenado las consecuencias de esa decisión que necesariamente tienen que darse, porque, como bien sabes, toda decisión tiene consecuencias. A mí no me interesa especialmente si Sánchez copió más de la cuenta sin citar o si se vio caer en las redes de la intertextualidad. Si me apuras, tampoco es el caso que deba ocuparnos aquí si eso le inhabilita o no para el buen gobierno, porque de lo que yo quiero hablarte es de lo más cercano, de lo que tenemos aquí en este León nuestro de cada día. Si te hablo de ello es porque esa imagen del manoseo de la tesis me resultó hasta ofensiva.

¿Te das cuenta? Periodista tras periodista tomando en sus manos el grueso volumen encuadernado, pasando páginas y páginas, repasando el índice, tratando de retener párrafos, copiando fragmentos al azar, porque, como reconocía uno de los lectores, es difícil saber qué es importante cuando estás leyendo algo que no entiendes bien. No creo que haya en la historia de los doctorados de la Camilo José Cela una tesis más manoseada que la de Sánchez. Y esa repulsa del manoseo inútil me hace pensar en el porqué del empecinamiento en la ocultación. ¿Por qué ha sido tan contumaz en la negación el autor de esa tesis “cum laude” si no tiene nada que ocultar? Lo decía Jabois: es como si García Márquez dijera ‘he escrito Cien Años de Soledad, pero no la lean, que no vale la pena’.

Pero no es mi intención plagiar a Jabois, ni hablar de la tesis, de su autoría, dudosa o no, sino del manoseo, del modo en que las zarpas de la opinión pública se agarran a lo que les viene a la mano y del hecho de que esa pretensión de ocultación nos hable siempre de que hay una pieza que cobrar más allá de las cortinas de humo. Me resulta difícil creer que existan tesis puras. Me resulta casi imposible creer en la pureza. Me resulta inevitable adivinar lo oscuro tras el empeño en levantar paredes de granito frente a la verdad. Eso no quiere decir que ocurra siempre. No quiere decir que sean todos. Pero entiendo la preocupación de quienes se ven en la obligación de frenar los escándalos y no saben cómo hacer ante la avalancha de contundentes aldabonazos de realidad. Al final parece que todo se derrumba, pero no es verdad. Las insidias siempre permanecen y hay una gatera por la que se escapan los más escurridizos, que siempre saben cuándo hay que apretar a correr para dejar al más torpón, al más ingenuo, al más descuidado, con las manos en la masa.

Las tesis y las masas, ejemplo feroz de manoseo. Recuerdo un libro de Elías Canetti que hablaba de esto, de cómo la masa tiende siempre a crecer; masa abierta, masa cerrada, masa como anillo. Por eso es tan importante que la prensa no esté presa, que no se le caiga la “ene” de noticias, prensa presa: masa manoseada. No es solo que hay que mejorar a diario, hay que escapar al manoseo. Ya, claro, lo sé, a las víctimas no se les puede pedir tanto. Las víctimas bastante tienen con lo que sufren, como para exigirles que se den cuenta y tengan el valor de denunciarlo. Hace falta que quienes amasan las tesis, permitan que la verdad flote.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Crucidrama. (Audio)

Este enlace conduce al podcast de Radio León en el que se puede escuchar la columna de hoy.

Crucidrama. (En Hoy por Hoy León, 7 de septiembre de 2018)


Me gusta mucho resolver crucigramas. En especial los que elabora Mambrino, porque mezcla en ellos sentido del humor, actualidad, frases hechas y pequeñas perlas culturales que deja caer como el que no quiere la cosa. Son cinco, diez, a veces quince minutos de no pensar en nada manteniendo la mente ocupada, como quien aborda una especie de yoga, una sadhana, un ejercicio espiritual que se hace religión cuando se ritualiza: el momento mágico de hacer el crucigrama. Y al mantener la mente ocupada, descanso. Descanso sobre todo de la propia mente que es la que me tiene todo el día en un sin vivir: recordándome esto, obligándome a lo otro, advirtiéndome de aquello, empujándome a lo de más allá. La mente, la lamentable mente que lamentablemente no nos deja ni un pensamiento puro. ¡Vaya mentecatez, dirás! Y sí, es otra vez la mente juzgando lo que oyes, cuando podrías dejarte llevar solo por lo que digo, dejándola en suspenso, como haces al escuchar la respiración del mar.

Digo que esto de los crucigramas es religión desde que he descubierto en ellos mensajes directos para mí. Por ejemplo, al resolver uno de antes del verano se podía leer una frase de Schwarzenegger que era la siguiente: “Es muy fácil: si cuando te mueves tiembla, es grasa”. Y ahora, visto con la perspectiva de todo este desmán de chiringuitos y barbacoas, es mejor no mirar qué es lo que tiembla cuando me muevo. ¡Si le hubiera hecho caso a Mambrino! A veces los mensajes no son tan claros y me aparecen palabras que tienen especial significado para mí: chadiana, arroyuelo, Neptuno. Palabras que a ti no te dicen mucho, pero que para mí son mensajes cristalinos. En esta locura del crucigramismo he llegado a creer que Mambrino y yo tenemos una conexión mística especial y me he puesto yo mismo a elaborar crucigramas y enviarlos con mensajes directos a quien sé que los va a comprender. ¡Y son comprendidos! Y en el fondo creo que si tú que no crees en esta nueva religión buscas un mensaje en el primer crucigrama que hagas, lo vas a encontrar.

Me da la impresión de que te decepciono. Me llega telepáticamente tu idea de que me ha dado algún siroco y ya no te hablo de lo que esperas, que esta tontería de los mensajes en los crucigramas ni te va ni te viene. Lo veo en el siete horizontal: decepcionante. Y también lo veo en el seis vertical: intrascendente. Y se cortan en la letra C, que es justo la inicial de cruce, de corte, de Cruz. ¿Quieres más señales?

Este verano empezó con una cruz y termina con un drama. Un verdadero “crucidrama”. El drama de Vestas: molinos, Daimiel que se queda y Villadangos que se va, Don Quijote, el yelmo de Mambrino. El drama de siempre, con su plan de tierra prometida, ínsula de enormes riquezas para quien no las tiene; trabajo, bienestar, progreso (en el ocho vertical). Con su nudo de subvenciones a fondo perdido y alfombras y parabienes. Con su desenlace deslocalizador, palabras que empiezan con la “d” de drama y decepcionante y que podrían ir al uno vertical. Y la cruz la tienes más que clara: caja, préstamo, prescripción, contrato, información, amiguismo, enredadera, conseguidor, privilegiado. En la cinco horizontal no cabe otra palabra que no sea “trampa”.

viernes, 29 de junio de 2018

Reventar las nubes. (Audio)

Reventar las nubes. (En Hoy por Hoy León, 29 de junio de 2018)

La noticia es que la Guardia Civil ha intervenido setenta y dos cohetes antigranizo en Quintana del Marco. Parece que estos artefactos, que se utilizaban en los años noventa, son un peligro y deben ser manipulados únicamente por personal cualificado. En realidad hay tantas cosas que deberían ser manipuladas solo por personas expertas que da miedo pensar todo lo que anda por ahí puesto en manos de cualquiera y también te pone en alerta comprender que es imposible asegurar la infalibilidad del modo en el que los expertos determinan que otros son lo bastante expertos como para considerarse tales. Es un pequeño círculo vicioso porque para ser experto hay que adquirir experiencia y el único modo de hacerlo es experimentando desde la inexperiencia. Piensa en algo inocuo, algo distinto de reventar nubes con cohetes antigranizo. Piensa, por ejemplo, en ver partidos del Mundial: puedes hacerte experto sin hacer daño a nadie, pero no se te ocurre adquirir experiencia en la conducción de trenes conduciendo trenes desde la inexperiencia; necesitas un periodo de entrenamiento en condiciones de simulación.

Lo malo es que, en las relaciones personales o en determinadas ocupaciones, como podría ser seguramente la de manipulador de explosivos, las condiciones de simulación o no son posibles o no son exactamente intercambiables con situaciones reales. Sabemos cosas que ocurren. Sabemos que cuando se produce el relámpago hay un calentamiento brusco de las partículas que produce su dilatación y eso hace que choquen entre ellas generando el trueno. Sabemos que el relámpago ilumina el cielo de forma instantánea y sabemos contar los segundos entre uno y otro para determinar aproximadamente la distancia que nos separa de la tormenta. Sabemos que el “reñuberu” pasa corriendo por las nubes con su carro lleno de piedras. Sabemos que el viento encama el cereal y que el exceso de agua inunda las hortalizas y las echa a perder. Y no somos expertos en meteorología o en agricultura para decir esto. Sencillamente opinamos en base a nuestra experiencia y hacemos como si fuéramos manipuladores de explosivos. Decimos lo que se nos ocurre. Lo hacemos también en las relaciones personales y nos atrevemos a diagnósticos expertos, cuando en realidad solo estamos manipulando cuatro frases hechas y tres lugares comunes. Lo hacemos aquí, cuando a veces opinamos sin todos los datos; lo hacemos en el desempeño de nuestras tareas profesionales en algún momento de desconcierto y en demasiadas ocasiones la política se sitúa en esa nube tormentosa de la ocurrencia.

La pasión por el control de la naturaleza surge, creo yo, del miedo. La práctica de reventar las nubes es un síntoma de esa necesidad de control para salvar la cosecha. Piénsalo en relación a tus cosas: necesitas saber que tienes el control, quieres la seguridad de que no te va a destrozar el granizo, que no se te va a inundar el sótano, que no te va a partir un rayo. Necesitas saber que todo está en orden, que tu mano es la mano experta que secciona la célula exacta y no piensas que te puede suceder como al neurocirujano, que está todos los días embebido en la tarea de abrir cabezas y mirar dentro. También para el experto existe el cansancio de la rutina. También el genio necesita vacaciones, no te digo ya este aprendiz de pensador. 

¡Buen verano y estupendas vacaciones!

viernes, 22 de junio de 2018

Un mundo equivocado. (Audio)

Un mundo equivocado. (En Hoy por Hoy León, 22 de junio de 2018)


Todavía me queda pendiente regalar un grillo. Son cosas que te dejas sin hacer de tu programa de vida, como ir a la India o dormir en un iglú, ideas vagas que un día apuntaste en tu memoria con un “alguna vez me gustaría poder…” ― y te dejo sueltos los puntos suspensivos para que los rellenes ― o promesas que dejaste caer en un arrebato de emociones y que ahora ya te resultan imposibles: regalar un grillo, visitar la India, dormir en un iglú, calentarte los pies todas las noches, también en los veranos.

Lo raro es que nunca estás seguro de si lo traes escrito en los genes o si lo elaboras a cada instante con tus decisiones. A veces ocurre que programas una semana de paraíso y se termina en miércoles; a veces pasa que te ves subido a un patinete de esos que se mueven solos y nunca creíste que un aparato así existiera; a veces el grillo se escapa de la grillera y hay que perseguirlo por la casa, como aquel hámster que se metía todos los días detrás de la nevera. Y yo sigo sin saber muy bien si todo eso es fruto de una decisión propia. Me siento con la inercia de vivir en un mundo equivocado y trato de buscar ese momento de mi vida en el que por primera vez pueda ver más allá de mí mismo. Creo que eso se puede hacer, creo que se puede levantar la mirada tres palmos más allá de la propia ceguera: es lo que hablamos tantas veces, que la realidad no deja de ser una fantasía que damos por buena.

Ahora que empieza el verano y dejamos atrás una primavera loca de vaivenes, me apetece rebuscar en el programa y ver las cruces que me faltan por hacer. Es como coger el Programa de las Fiestas y marcar cruces en lo que no quieres perderte: los gigantes y cabezudos, el concurso hípico, los conciertos, el come y calle, las atracciones de la feria, el circo, los fuegos artificiales. “Este año bailaré con la Tarasca”. Marcas tu intento y te dices si está en tu mano o si crees que se te escapa y después resuelves que no hay nada que no puedas hacer o que todo te resulta imposible. Depende de si sabes bien hasta dónde llega tu miedo, si eres capaz de admitir cuánto estás dispuesto a conocer de ti mismo.

Cuando marcas las cruces de lo conseguido, se extiende todo lo programado, todo lo que queda sin realizar y te sientes como Sísifo con su piedra absurda, esforzándote en llevarla a lo más alto del monte para volver a subirla en cuanto caiga. Por eso es bueno devorar la fiesta y la alegría, por eso conviene desaparecer en el programa y fundirse en él. Un poco esa es la idea, que en lugar de hacer cruces en lo que te falta por hacer, puedas ser tú mismo eso que haces. Es un poco raro, ya lo sé, pero piénsalo de este modo: imagínate que estás caminando por el monte ―no ese monte al que hay que subir una y otra vez la carga de la vida, sino uno de los que están aquí tan a la mano― y miras todo lo que hay contigo y te dices que te sientes fenomenal allí. Puedes vivir ese momento observando todo como algo ajeno o puedes comprender que tú eres parte de la estampa, que eres un elemento natural más de la composición. Puedes subir marcando cada hito en la escalada o puedes ser parte de la subida, como esa cabra que se asoma desde una peña para salir en tu fotografía. Salirse del mundo es siempre vivir un mundo equivocado. Vivir siendo uno con el mundo mismo evita la posibilidad de error. Por eso, sé fiesta con la fiesta y no un mero espectador.

viernes, 8 de junio de 2018

De Trajano a Masterchef. (Audio)

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De Trajano a Masterchef. (En Hoy por Hoy León, 8 de junio de 2018)

No sé si te das cuenta de todo lo que ha visto esta ciudad. Veo la foto del busto de Trajano en la presentación de los actos del “Natalicio del Águila” y pienso en el recorrido de la historia hasta este miércoles de celebridades cocinando a la puerta de la catedral. Me decía a mí mismo, me lo digo siempre, que, en la ruleta de la fortuna de la lotería natural, hasta los más desafortunados de entre los desafortunados que conocemos, con los que tratamos, con los que hacemos una vida normal, han tenido suerte. Por eso creo que nosotros, que no somos desafortunados, hemos tenido un premio inmenso solo por el mero hecho de nacer como hemos nacido. No obstante…

Creo que se nos olvida cada día la diferencia y creo que miramos con demasiada envidia hacia la fama. La igualdad en la diferencia es un principio básico para la convivencia: es la comprensión de que todos somos diferentes, pero que esa diferencia no es esencial, porque en lo esencial todos somos iguales. Por eso, cuando miramos el busto de Trajano y nos ciega el vértigo de la historia, tenemos que saber de la enorme suerte con la que la lotería natural, y hasta la lotería social, nos han señalado. Lo digo no para conformarme, no para que te quedes contento y tranquilo por cómo están las cosas, no te confundas. Lo digo para saber comprender lo que me es dado. Lo digo para mí mismo, para establecer en mi conciencia una exigencia de reparación, una necesidad de compensar en los otros lo que se te da. Y yo recibo mucho cada día. Con todas las importantísimas carencias que hay en mi vida, comprendo que lo que se me da es tanto que no puedo quejarme nunca más por ninguna mala situación, que lo que cabe es modificarla, luchar por que sea de otro modo, pero sin queja alguna, con la idea clara de que la justicia es obra de cada uno, depende de cada uno, viaja con cada uno en la historia de su vida. Por eso no me admira la vanidad del éxito, por eso comprendo a quienes, aunque se dejaron llevar por la publicidad y subieron a ver el espectáculo de los famosos cocineros, al llegar a la Plaza de Regla se dieron cuenta de que era mejor volverse a la vida del miércoles sin haber visto de cerca a ninguna celebridad. Mejor verlo después en la tele. Al fin y al cabo de eso se trata, de producir un programa para la televisión. Y de hacer publicidad, claro.

Ya sabes mi opinión sobre eso. La publicidad es otro modo de información, otro modo de reflexión, otro modo de comprensión del mundo. La clave, creo yo, está en no dejarse engañar, en comprender que los mensajes de la publicidad son más sinceros que ningún otro y dicen abiertamente que lo que debes hacer es comprar, pero eso es solo lo que dicen, que está en ti darte la vuelta y regresar a tus verdaderos deseos, a tu auténtica necesidad, a lo que te gusta con sinceridad. No está más rica la cecina porque la corte alguien famoso o porque lo diga un cocinero mediático, pero vivimos en un mundo tan extraño que es muy importante que lo diga, porque no vamos a convencer a nadie de lo bien que se pasa un fin de semana en León diciendo que aquí vivió Trajano y, será triste, pero es así, muchos vendrán si en la tele las gentes famosas les hacen pasar un buen rato y les hablan de platos deliciosos a la sombra de las torres de la catedral.

viernes, 1 de junio de 2018

Hormigas. (Audio)

Hormigas. (En Hoy por Hoy León, 1 de junio de 2018)

Yo también nací al día siguiente del Corpus. Ese año cayó más a mediados de junio; no era día uno, pero, como hoy, era un día para empezar. Era un viernes después del Corpus, uno de esos tres jueves en el año que relucen más que el sol, un indicio de verano. Y hoy es otro día de comienzos, otro día para dejar que entren cosas nuevas. La primavera trae estos milagros, provoca este breve reverdecer de lo que parece muerto y es ese asombro el que remueve la entraña que permanecía vaga, aletargada de inviernos y costumbres, abrigada de rutina y de soberbia. Pero algo salió por donde no debía y todo se precipitó hacia el color y ha tenido que ser justo en este Corpus cuando explote. ¿Y a partir de ahora qué? Ahora, la incertidumbre de la existencia, la náusea angustiosa, la certeza de esa condena absoluta a la libertad.
Han pasado cosas. Están pasando cosas. Seguirán pasando cosas. Cosas que hacen personas, claro, porque es muy claro que hay personas que hacen cosas: es como que la primavera tardía brota y se riegan las grietas que se abren en el suelo reseco. Y todo tiene que empezar desde este viernes, aunque sabemos que nada nuevo, nada radicalmente nuevo va a suceder por muchas cosas nuevas que sucedan; ya ves cómo es esto, que tenemos que volver a aplazar la realidad hasta que toque y nos tenemos que encerrar en esta interinidad de primavera. ¡Cuánto alivio y cuánta tensión! Y, mientras todas esas cosas importantes pasan al otro lado de la radio, detrás del cristal de la tele, en el fondo oscuro de tu móvil, en la tinta fresca de los periódicos, nos entretenemos en la misma vida de siempre. No. No creas que no me doy cuenta. No creas que no me importa todo lo que sucedió ayer y está sucediendo hoy. Me importa y estuve escuchando la radio cuanto pude, porque me importa. Pero también estuve en la calle. También caminé junto a la gente. También comprendí que nada se congela y menos si lo que explota es por fin la primavera.
Estoy hablando de la dimisión de Zidane, ya lo sabías.
Todas las demás cosas que pasaron ayer, cosas que hicieron personas o personas que hicieron cosas, son la realidad de la vida y ahí todos somos hormiguitas que se suben por el tronco reverdecido de un gigante que ha nacido en primavera, un gigante de corazón incierto que todavía tiene que levantarse apoyado en sus muletas. Todos los veranos tenemos alguna plaga, creo que este año tocan hormigas, creo que somos plaga, hormiguitas obedientes que se ponen en fila para alimentar el hormiguero, soportando cargas imposibles que multiplican indeciblemente nuestro peso. Y así caminamos, cerrando la fila, conformándola, hasta que tropezamos con barreras de talco, diques blancos imposibles de saltar. Es como que el blanco se funde en arcoíris y te saca de tu fila.
Entre tanto, hacemos todas las filas que nos piden. Nos colocamos uno tras otro a por una gotita de miel. Pero, si quieres, te puedes quedar con la cigarra cantando a la sombra de cualquier almendro. Puedes evitar la cola. Lo he visto en el anuncio de una empresa leonesa que se dedica a hacer recados: si quieres apuntar a tus hijos a ciertas actividades de verano, no tienes por qué irte a hacer la fila de las hormiguitas, pagas y ellas hacen la cola por ti.