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viernes, 26 de enero de 2018

Fotos que nunca más se van a ver. (Audio)

Fotos que nunca más se van a ver. (En Hoy por Hoy León, 26 de enero de 2018)

Me gusta saber que en algún rincón de tus cuadernos tienes escritos versos que nunca nadie leerá. Es la prueba de que se puede hacer algo solo por hacerlo. Nada más. No es corriente encontrar quien haga esto. Todos traemos un objetivo en cada acción. A veces ese “quiero” está oculto de algún modo, pero sabes que no exagero si te digo que casi nadie hace nada porque sí. Por eso me gusta pensar que has escrito en una libreta, como un tesoro, la receta del guiso de langostinos, sabiendo que no la leerás jamás, porque, si algún día se te olvida, será que ya no puedes guisar. Haces de la vida un fósil, un mensaje para hipotéticos alienígenas conquistadores de lo terrestre, una perla para imaginarios arqueólogos futuros. Es esa costumbre tan optimista de esconder en la primera piedra un periódico del día, con la esperanza de que rastreadores de ruinas de venideros siglos descubran qué hacíamos con nuestro tiempo las gentes de hoy.

¿Qué dirían si descubrieran un periódico del miércoles? Un ejemplar de La Nueva Crónica o uno del Diario de León. ¿Qué pensaría de nuestro modo de vida un antropólogo del siglo XXV que descubriera en las ruinas de tu casa tus versos, la receta del guiso de langostinos y las fotos de eso que vino a hacer el Presidente del Gobierno el martes a León? De tus versos nadie sabe, del guiso ni se me ocurre, pero he mirado las fotos con mirada de invasor marciano y he entendido en las sonrisas que todo es cálido bajo los abrigos oscuros, que hay un libro rojo muy grande que encierra un mundo de verdades y que los ojos de los Reyes duermen en las pinturas exquisitas que dibujan imágenes de un tiempo que ya no está. Lo que las pinturas dicen es tan ajeno a nuestro “hoy” como las fotos del evento a las antenas del invasor verde y pegajoso. Y sin embargo, yo sé que en el Panteón de los Reyes vive la armonía y eso te transforma, porque ningún ser vivo, por muy extraterrestre que resulte, puede ser ajeno a la belleza. También en los periódicos del día vería este marciano el áspero contacto de la calle, traducido en simpáticos recuerdos, saludos y parabienes. La satisfacción amplia de quienes consiguen enseñarse en las instantáneas, la mirada profesional del coro protector de vigilantes, el gris satinado de un día perfecto para tomar un vino de la casa o quizá unas sopas de ajo, el detalle exacto no se ve en ninguno de los retratos que he mirado.

¿En qué piensas cuando comes aceitunas?, te preguntaba tu madre. Pues en coger las más gordas, te decía antes de que contestaras. En las fotos no se ven los que no salen. A mí me gustaría que un día quedara para la historia la estampa de los que no han conseguido ponerse en el tiro de cámara, el relato de los que no han alcanzado a pillar una aceituna. De las promesas y los silencios, de las protestas y las pequeñas disputas el marciano no se enteraría nunca, porque el brillo es solo para los audaces y los protagonistas.

En una pared de una casa de Toledo, escrito con rasgos que nadie ha podido interpretar, hay un verso escondido, o una receta, o un relato de lo que pasó algún día, que se ha revelado al levantar capas y capas de yeso. Podría ser un verso tuyo, de cuando El Greco era el que fotografiaba.

domingo, 21 de enero de 2018

El lado malo del aluminio. (Audio)

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El lado malo del aluminio. (En Hoy por Hoy León, 19 de enero de 2018)

Toda la vida tapando el pollo con la parte brillante del papel de aluminio para afuera y ahora resulta que eso es malo. Seguro que te ha pasado. Seguro que en algún momento has dudado si el pelo de la manta tiene que ir hacia dentro o hacia fuera. Hasta que te has parado a pensar y has visto cómo tienen que ser las cosas. Lo malo del papel de aluminio es que a primera vista no se te ocurre una razón para decidir qué lado tiene que estar en contacto con los alimentos y qué lado debe quedar al aire. Ya sabes que hay una parte más pulida, más brillante, esa que todos tendemos a dejar cara afuera.

Déjame que te diga que estamos cometiendo un error imperdonable. Precisamente hay un lado del papel que está pulido y es brillante para formar una especie de barrera que impida el contacto del aluminio con los alimentos, porque, al parecer, ese contacto podría producir algún tipo de toxicidad, si bien supongo que mínima, porque si fuese significativa yo ya estaría muerto. ¡Qué curioso! Nos lanzamos al uso de lo cotidiano sin mirar ningún manual de instrucciones, sin hacer ningún curso sobre el manejo de los peligros potenciales. Menos mal que están los grupos de Whatsapp para instruirnos y ahora ya podemos andar con ojo y poner la parte brillante del papel de aluminio contra el pollo para que haga su función de barrera, por mucho que nuestro sentido estético nos impulse a dejar mono el paquetito y hacer las cosas al revés. Envolveremos la tortilla como debe ser a partir de este instante. Y me dirás: si tan malo es el aluminio para los alimentos, ¿por qué nos han generado la necesidad de usarlo creando montañas de residuos que además no deben de ser fácilmente reciclabes? ¿Por qué no hacen papel de aluminio con barrera brillante en las dos caras?

Respuesta: es el mercado, amigo. ¿No te habías enterado? Es demasiado caro dar brillo por todas partes. No interesa. Coloca el papel del modo adecuado y no pidas explicaciones por los años que llevas haciéndolo mal, que eso solo es problema tuyo. Por eso, porque el mercado es como es, la comisión de las Cortes de Castilla y León para esclarecer lo que ha pasado con las Cajas tendrá solo el brillo justo. Comparecerán los máximos responsables para que con brillo máximo expliquen que -¿quién lo podría dudar?- ellos no tenían nada que ver con lo que pasó. Se evitará que tengan que dar explicaciones algunos de quienes estuvieron en los Consejos de Administración y conocieron de primera mano cómo se tomaban las decisiones. Ha sido un pacto de caballeros, un pacto entre PP y PSOE para que el brillo del papel de los políticos en la gestión de las Cajas quede donde debe.

A mí, de todos modos, me parece que ese bocata ya hace tiempo que está fuera del envoltorio. Entre la atrevida gestión de políticos que poco sabían del mundo financiero y los intereses de la gran banca, se vino abajo una idea que era como una espinilla en el sistema: bancos con vocación social, cuyos dueños son los propios impositores y no los accionistas. Una rara avis en este mercado voraz que necesita deglutir todo lo que huela a pasta. Y el mercado, amigo, lo hizo por la vía más fácil, la vía de envolver el bocata de chorizo con la parte brillante hacia afuera para encandilar a cuatro advenedizos. Ya sabes, amigo, vigila tu modo de envolver la tortilla: te puede envenenar.

viernes, 12 de enero de 2018

CEG. (Audio)

CEG. (En Hoy por Hoy León, 12 de enero de 2018)

Mañana se cumplirán veinte años desde que me vine a vivir a León. Ya sabes de la canción, que si veinte años no es nada y febril la mirada no sé cuántas cosas más y es verdad que es un suspiro. Era martes. Lo sé porque era martes y trece y porque hay días que no se olvidan, creo.

Tengo que decirte que siento que en estos veinte años no ha cambiado nada. Quizá es una impresión apresurada, quizá si me paro a pensarlo me doy cuenta de que hay muchas cosas que ya no son como eran, pero me pasa con la ciudad lo que con las personas. Te das cuenta de cómo han cambiado cuando pasas mucho tiempo sin verlas, porque los cambios son graduales y los vamos incorporando en nuestra conciencia sin ser conscientes de que lo hacemos. Es un saber sin saber. Como esa Amargadulce que viene mañana a El Albéitar para preguntarse por Dulcinea en un viaje de la heroicidad al olvido en camino de ida y vuelta. ¡En veinte años pasan tantas cosas! Cosas que nos cambian tanto que no se nos reconoce, pero que nos dejan en la desnudez de lo que somos para que se nos encuentre. ¡Y no digamos en cuarenta o en sesenta o en mil! Lo esencial permanece, es lo que hay de eterno, eso que es modelo, como la dama que ilumina el ímpetu del caballero, como los molinos de viento que se agigantan en sólida dificultad, como el propio caballero de seso sorbido en lucha ciega contra “malvados follones”, en permanente brega para “desfacer entuertos” en honor de la sin par Dulcinea. Ciegos somos al pasar del tiempo.

Los modelos están para que nos reconozcamos en ellos, para que suplamos la ceguera del tiempo. Me gusta esa idea de que la realidad responde a estructuras geométricas, que todo lo que hay, hasta la más caprichosa y desordenada de las formas, se puede dibujar siguiendo un patrón matemático. El orden y el caos son la misma cosa. Así es que sí, en estos veinte años, he creído ver el orden y el caos en el filo del mismo precipicio y he creído sentir en mi propia vida el brillo de la luz más pura y la ceguera más oscura en el mismo instante, bajo el mismo cielo de enero, con las mismas frías pisadas de las calles de león en un día trece. “La última vez que nos vimos estábamos en el hospital con nuestras hijas, pero la tuya estaba dando a luz”, le dije. “Y la luz existe con independencia de mi ceguera”, hubiera debido completar. Ciego como un Quijote a lomos de otro Clavileño.

Por cierto, que hace veinte años no existía la Capital Española de la Gastronomía. Ya somos CEG. Me encanta esta facilidad del español para el acrónimo. Y como esa CEG que nos lleva al escaparate del turismo nos traerá muchos visitantes extra, he querido celebrarlo con un juego de palabras y me he ido al diccionario buscando palabras que empiezan por “ceg”. Te puedes imaginar que la mayoría tienen que ver con la ceguera y por eso me he acordado ahora al decirte que todo tiene luz y sombra máxima en el mismo contorno. Pero hay alguna más. Me gusta “cegesimal” que nos sitúa en la medida, en el sistema de medidas en centímetros, gramos y segundos. Un esfuerzo inútil por apretar la experiencia en un corsé que se desborda. Mi preferida es “cegua”, que es “ciguanaba” y con ella se refiere uno a un fantasma, pero no aquí, solo en algunos países centroamericanos. Ciego, medida, fantasma.

viernes, 5 de enero de 2018

Audiencia cero. (Audio)

Audiencia cero. (En Hoy por Hoy León, 5 de enero de 2018)

Mi amigo Paco está loco porque hable de él en este artículo. Dice que le gusta ser el niño en el bautizo y el muerto en el entierro y, como nos pusimos a hablar de la vida y la política y de literatura y de tantas cosas que tenemos en el ADN de nuestra inquietud, salió el tema este de las cosas que te cuento los viernes a la hora del aperitivo y dijo que tenía que hablar de él.

Dijo que escucha siempre mis artículos, porque, aunque vive en Bruselas, los busca en internet para poder criticarlos tranquilamente. Yo creo que, como nos vemos poco, va almacenando sus críticas en la memoria y luego, cuando nos encontramos, se le olvida de tanto como ha ido pensando. El encuentro del que te hablo fue ayer en Madrid, en un restaurante peruano, una comida que arrancó con el sabor de un “pisco saur” para soltar la lengua rápido. No estábamos solos y si solo te hablo de Paco es porque solo él dijo tan a las claras que quería salir en este artículo y si hablo de él tan sin pudor, es porque hablamos de Bryce Echenique y de los tiempos de la Vida Exagerada de Martín Romaña.

Uno de los temas más interesantes fue la cuestión de las audiencias. Yo sé que tú siempre estás ahí. Sé que siempre estás al otro lado de la radio, pero yo hablo como si no existieras. Mis reflexiones, mis manías, mis extravagancias a veces, se suceden sin recato, como si no me estuvieses escuchando. Y quiero que este primer comentario del año esté teñido por la consideración permanente de tu presencia. Me declaro culpable. Me coloco en la silla más eléctrica de la culpa por haber olvidado que estás ahí escuchándome y dejar pasar los días sin decirte cosas importantes. Estuvimos hablando de las audiencias, te decía, y una idea que se acomodó en la mesa fue la de que en la sociedad de la “post-verdad” la opinión pública ya no es “una”. El peso de la opinión pública se fragmenta en millones de tuits, en cientos de miles de “me gusta” que conducen el flujo de la información por los canales del control de las grandes empresas de contenidos. Nos machacan con anuncios de viajes a Heraklion desde el momento en el que se nos ocurrió poner Creta en el buscador de Google. Pero eso no nos importará porque nos parecerá perfecto que nos hablen solo de lo que queremos oír.


Tenemos que buscar una salida para las personas que quieren seguir siendo críticas y estar bien informadas. Creo que esta radio es una de las que Hoy por Hoy todavía lo favorecen. Así es que, quédate siempre al otro lado para que Radio León siga existiendo. Es lo que le he pedido, entre otras cosas, a los Reyes Magos. Porque no vale la pena seguir hablando si no hay nadie ahí escuchando. Puede que haya cosas que se hacen porque tienen que hacerse, pero no me digas que no te produje tristeza saber que la retransmisión de las uvas desde la televisión de Castilla y León tuvo una audiencia récord de cero espectadores. Será que tiene que ser así. Que después lo verá la gente en las redifusiones. Pero después de tantos años, en este 2018 que empieza, no tengo por menos que preguntarme si esto que te cuento sirve para algo. En cualquier caso, feliz año nuevo y que esta noche la magia de los Reyes, en especial la de Baltasar, que es mi preferido, te arrope el sueño y te haga tan feliz como yo he sido contándote cosas al oído todos estos años.