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viernes, 13 de abril de 2018

El valor del fallo. (En Hoy por Hoy León, 13 de abril de 2018)

¿Una catedral? Pues una catedral. ¿Qué no es la de León? ¿Y qué importancia tiene eso? Vale, es la de Burgos, ¿y cuál es el problema?

Podría justificarse así la metedura de pata de Correos, como si de un máster fantasma se tratara. De hecho creo que se abunda en el error cuando, al justificar el “gambazo”, el Presidente de Correos dice que bueno, que en realidad todos somos españoles y castellanoleoneses y lo dice sin “ye”, que ya sabes que la “i griega” se llama así desde hace un tiempo. Esa idea extraña de lo castellanoleonés todavía sigue existiendo. No hay forma de que se entienda que sin León no hubiera España; que antes que Castilla leyes, Concilios, Fueros y Reyes dieron prestigio a León. Pero no hay que preocuparse, que, como también dijo el Presidente de Correos, al menos no se confundieron con la catedral de Cuenca y la confusión fue con la de Burgos. Digo yo que será porque está más cerca, porque el daño que yo veo es que, en un sello que se dedica a León, aparece una catedral que es de otro sitio. Pero no pasa nada. Se hace otro sello y ya está. ¡Será por dinero!

Y lo curioso es que el fallo garrafal, inadvertido por tantos filtros como habrá tenido que pasar el diseño del sello hasta que un periodista lo advirtió en la presentación, ha disparado la venta. La filatelia tiene estas cosas, de manera que lo que pueda haber de imperfecto es lo que da valor. La rareza, el defecto, el descuido, hacen de lo que está hecho en serie algo diferente y ahí se convierte en tesoro.

Pero eso es una anomalía en la sociedad del éxito. Ya has oído hablar a Trump de sus misiles chulos, nuevos e inteligentes. He traducido “nice” por “chulo” en una especie de lapsus; que me perdonen quienes piensan que es mejor decir “bonito”. En la sociedad del éxito, no hay sitio para el error y no hay hueco para los problemas de la virtud que son feos, viejos y quizá un poco al margen de la inteligencia, que Sócrates no nos escuche. ¿Qué más dará una catedral que otra? ¡Si no se va a fijar nadie! Hasta que alguien se fija y ese sello chulo y nuevo se convierte en un misil para la inteligencia y, como no tiene remedio, ahí va una serie ilimitada de ejemplares con la catedral de Burgos ilustrando el fondo de la “E” de la matrícula León. ¿Y todavía me preguntas que cuál es el problema? Casi hubiera preferido que fuese la de Cuenca, aunque ya sé que no pasa nada y lo que ocurre es que pienso que en el fondo da igual, como ocurre con tantas cosas.

Quería hoy, recordando un viejo artículo de Rafael Argullol titulado Quien pierde gana, recuperar el valor del fracaso. En él se habla del “difícil arte de perder” y me recuerda algo que hacíamos de chicos con las bicis. No estamos dispuestos hoy a reconocer que se puede ganar cuando se pierde, que se puede crecer con el fallo. Yo esta semana he cometido varios errores que han traído problemas a otras personas. No es, como en el tema del sello, un meter la pata por inadvertencia, ni, como en el del artículo de Argullol, una heroica del fracaso; es sencillamente comprender que uno se equivoca y tiene que pedir perdón. Si eso añade o no valor a lo que uno hace es otra historia. No hace falta ningún máster para comprender que sostenella y no enmendalla es más de cobardes que de valientes.

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