Buscar este blog

viernes, 20 de abril de 2018

Solo con tilde. (En Hoy por Hoy León, 20 de abril de 2018)

No vayas a pensar que se me olvidan mis tareas, que dejo que este sol por fin me venza y que te abandono a un comentario de viernes construido con cuatro lugares comunes y un refrito. Sé que lo parece, que la impresión que te va a dar cuando escuches la última palabra es la de que hoy no me lo he pensado mucho, pero no es así, es solo que hay días, quizá semanas, o puede que medidas imposibles de tiempo, en los que no me encuentro en mí y me disperso, me deshojo, me hilvano en lo otro y desaparezco.

Hoy déjame que te hable de dos Pilares y un valiente, sin nada que ver con la semana o con el día, sin más actualidad que la de pensarlo ahora. Me gusta la palabra “pilar” por su solidez rotunda y la palabra “valiente” por su emoción; por dejar suspensa una idea de movimiento, de algo que permanece porque está siendo, como “candente”, “hirviente”, “doliente”; por expresar lo que está en la acción de hacer “valor”. Dos pilares, te decía. Un pilar que es la experiencia de la muerte, el hueco que queda en la mano inerte, vacía al separarse la caricia, pero que recoge el cariño de una vida hecha de dones, los dones de quien acepta lo sencillo para encenderse. El otro que es la desbordada incontinencia de la risa para contrapesar la angustia, para descoser el silencio. Dos pilares en dos Pilares, una alta y delgada; otra más bajita y de pelo más corto. Una que me habló de ese hueco que queda en la mano para recogerlo todo y la otra que me dijo riendo que se niega a escribir solo sin tilde y que, para evitarlo, escribe solamente. Y me quedé con esos pensamientos bobos, esa cosa mía de jugar con las palabras hasta retorcerlas y pensaba en cómo hemos hecho que “solamente” se transforme en “solo”, sin necesidad de tilde para la desambiguación, porque realmente lo que me pasa es solo que solo nazco y solo ocurre que solo vivo y solo moriré, solo. Solo con tilde ya se ha muerto en el cristal de la ortografía y queda solo.

Pues eso, que ya solo me queda hablarte del valiente. Un valiente que salía solo al borde de la acera por la calle Viriato en dirección a la Avenida de San Ignacio. Veía desde mi coche su espalda fuerte encerrada en una camiseta blanca, que reflejaba el negro de unos guantes impropios del calor del día, pero necesarios. Detuve un poco la marcha para dejarle pasar. Se había bajado de la acera y sorteaba el tráfico, moviéndose entre los coches hasta llegar al semáforo. Allí, al llegar a la avenida, el valiente giró a la izquierda. Yo había anticipado que se subiría a la acera por el paso de peatones, pero me dejó boquiabierto cuando vi que se sumaba al tráfico, buscando, eso sí, el cobijo de los coches aparcados en batería junto a los bares que hay frente al Hospital de San Juan de Dios y un poco antes. Empujaba las ruedas de la silla y, en cada movimiento, se advertía la tensión de la espalda, la firmeza de su determinación, la rutina de verse obligado a hacer esto cada día. Cuando pasé a su lado me pareció que sonreía, que movía la silla sin ningún esfuerzo, que asumía el mundo bajo sus ruedas, que sabía cada centímetro de riesgo en ese recorrido hacia la libertad.

Es solo que ya no conviene escribir solo con tilde, que una mano inerte puede albergar el mundo y que las sillas de ruedas no deberían verse obligadas a ir por la calzada. Ya ves, mucho más que cuatro lugares comunes y un refrito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario